22 de octubre de 2012

Galardones a la fauna musical



En un mundo tan ancho y vasto como es el de la música, en el que deambulan multitud de sujetos de infinitos calados, la entrega de determinado premio puede convertirse en aval para elevar a un grupo a los cielos o desterrarle a los infiernos. Entre las distintas coronas se encuentra la destinada a aquellos que cuentan con la valiosa cualidad de llevar sus notas a la magnificencia de un directo. También existe aquel que lleva el nombre del mejor artista alternativo, sin que haya quedado aún definido qué significa dicho término. O el de mejor look, donde conocidas las delirantes excentricidades de la crítica, es posible ver entre la terna de candidatos a siniestros personajes en materia de vestir.

Sin embargo, quizá sería interesante dar la vuelta al panorama. Imaginar, por un único momento, que aquellos que son premiados por sus actos en un estudio o en el escenario pasaran a ser meras comparsas en la relación entre ellos y sus seguidores. Que los premios, tan codiciados por muchos de los músicos, estuvieran destinados a esa fauna tan variopinta que conforman los incondicionales de un grupo musical. Y es que, puesto que es imposible clasificar en modo alguno la cantidad de tipos de adeptos que arrastran los intérpretes, sería necesario crear una extensa nomenclatura para premiar a todos y cada uno de ellos.

Dada la dificultad, pues, de concebir un completo sistema de laureles para un conjunto de admiradores tan dilatado, habrá que limitarse a jugar con esa amiga tan cautivadora llamada imaginación y proponer algunas distinciones. Porque posibilidades existen, y para aburrir al personal. Por ejemplo, tan solo girando la vista hacia cualquier concierto, se pueden entregar varias: en una esquina, a la mejor burbuja del que en ese momento no existe nadie más que aquellos a los que ha estado esperando horas para ver; en otra, a ese que, cerveza en mano, aglutina la mayor apatía ante algo por lo que, inexplicablemente, pagó un buen puñado de euros. También están los que merecen el galardón a la gran molestia, concedido por los que se encuentran con el infortunio de tenerlos delante: hay alturas que no deberían estar permitidas en espectáculos a pie de pista. O los que, aún no se sabe cómo ni por qué, deambulan por allí preguntando quién es el que tiene el micrófono en la mano. Esos son los que se llevarían el verdadero premio musical, pero por la que debe sonar en sus cabezas.

No hay comentarios: