9 de enero de 2011

Libertades

Cumplida una semana desde la entrada en vigor de la denominada ley "antitabaco", podemos ver algunos de los efectos y reacciones que la misma está suscitando. Comenzando con que ahora, tras la prohibición de fumar en los bares -discotecas, alrededores de hospitales y parques, y otras zonas de uso público como estaciones cubiertas-, da gusto entrar en ellos. Porque antes, ibas igualmente sí, y te tomabas tu caña con los amigos. Pero ibas casi rezando por no encontrarte el local atestado de gente con el cigarrillo en la mano y un ambiente cargado que no dejaba ver con claridad el lugar. Y qué decir de los partidos de fútbol, en los que acudías al bar con la seguridad de que iba a ser exactamente lo que te ibas a encontrar. Con ello se había menospreciado la libertad de los no fumadores, en la dictadura del tabaco y sus "beneficios", económicos por supuesto.

La libertad de una persona acaba donde comienza la de otra. Y esto, antes de la entrada en vigor de la nueva ley, no se estaba cumpliendo. Porque fumar es una decisión voluntaria, tragar el humo que procede de dicha acción no. Nunca entendí porqué los no fumadores estaban obligados a tragarse el humo de unos pocos, sin libertad de elegir si hacerlo, ya que la única alternativa que les quedaba era no ir a los sitios. La nueva normativa pretende proteger precisamente la libertad de aquel que decide no fumar y proteger su salud, ya que no se ve obligado a sufrir los efectos de una decisión que no ha tomado, esto es, fumar.

En los días anteriores y posteriores a la aprobación de la ley, muchos hosteleros -y fumadores-, han protestado con la consigna de que el sector iba a perder mucho dinero con la medida. El tiempo lo dirá, pero al menos estos días, lo que yo he podido ver dista mucho de las declaraciones vertidas ante los medios por parte de muchos propietarios de bares y restaurantes. Puede haber sido producto de la normativa o simplemente del período navideño en el que nos encontrábamos, pero el número de familias con niños ha aumentado considerablemente en los bares. Y los clientes habituales siguen siéndolo, aunque tengan que salir fuera a fumarse su cigarrillo, e incluso fuman menos por aquello de no interrumpir una agradable charla o pasar unos minutos de frío en la calle.